Un espantoso placer by Joyce Cary

Un espantoso placer by Joyce Cary

autor:Joyce Cary [Cary, Joyce]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1949-01-01T00:00:00+00:00


LXXIII

EL nombre de Gollan desconcierta a todos los funcionarios del Gobierno, los de chaquetas negras y sombreros hongos. Está en continua guerra con el Gobierno, especialmente en lo que afecta a su propio departamento. Pero disfruta de una inmensa reputación que le ha hecho el mismo Ministerio para tranquilizar al público. Los diarios cuentan que Gollan trabaja de diez a doce horas diarias con un numeroso equipo de secretarios. Manklow en la Ducat Press, lo ha convertido en el símbolo de la «victoria en el taller». Su nombre, como el de Kitchener, es uno de los seleccionados por un Comité del Gobierno y se ha transformado en un poder mágico que infunde fe al público. Su flotilla de enormes coches llenos de políticos, peritos y magnates campesinos, corre por toda Inglaterra dejando por doquier la leyenda: «Ahí va Gollan en pleno trabajo». Y en todas partes surgen nuevas fábricas, si no todas ellas construidas por él, levantadas en su nombre y muchas de las cuales no producirán hasta dentro de cinco años. Pero también esto se considera una virtud de Gollan, pues así el público recuerda lo que él mismo ha dicho: «El décimo año tendremos todo lo que necesitamos». Esto hace reír a la gente, pero con una risa que expresa una confianza desesperada. Incluso la avanzada edad de Gollan es un mérito más, porque implica sabiduría y sensatez y hace que parezca un milagro su energía.

Su obstinación, su negativa a aceptar consejos, aterran a su Estado mayor, que espera se produzca en cualquier momento algún enorme desastre, algún escándalo que destroce al departamento. Pero cuando los colegas de Gollan le escriben furiosas cartas, Tabitha o alguno de los secretarios las intercepta y da de ellas una versión amable. Porque si Gollan se entera por casualidad de alguna crítica o de cualquier insulto que le dirijan, se trastorna tanto que emplea procedimientos aún más expeditivos. Exclama en esas ocasiones:

—¡Dios mío, esa gente se cree que me estoy divirtiendo! ¿Acaso creen que me gusta matarme trabajando?

Y es evidente que está convencido de ser una víctima y no se da cuenta de que disfruta enormemente con su trabajo; se halla en él como el pez en el agua.

Ofendido profundamente por alguna frase que ha oído en un discurso político, tiene a Tabitha despierta media noche y se queja:

—«Los viejos que hacen la guerra…» ¿Qué viejos? El Kaiser es un muchacho que no llegó a crecer. Los que mataron al Archiduque eran unos jovencitos; y la rebelión irlandesa la hizo una pandilla de chicos… ¡Como si yo quisiera la guerra! ¡Esto es un asco!…

Tabitha no se deja vencer por el pánico y esto le ha dado buena fama de persona eficaz, incluso entre los secretarios, que suelen tener tanta prevención de las esposas. Ya se sabe que estas mujeres religiosas son capaces de un gran trabajo y especialmente de los trabajos difíciles y que nadie va a agradecer. La religión produce excelentes resultados en tiempo de guerra.

Algunos funcionarios irrespetuosos telefonean, por ejemplo:



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